Las manos

La alegría que esperaba de sus ojos, iba a ser la misma que ya conozco, esa que quiero que perdure, esa que me endulza de vez en cuando. El imaginar el mismo brillo resplandeciente de su sonrisa, la que a veces llena de paz mi ser, la que me perdió el día que lo conocí sin sospechar que de allí saldría el peor fuego hiriente, pronunciando mi nombre. Soñar las caricias y suavidades que esperé recibir de tus manitos, porque iba a enseñarte que las manos sirven para eso y mucho más. Aunque el tiempo no me permitió ese regalo de vida, porque las manos, que se parecen a las tuyas, fueron capaces de arrancarme, de arrebatarme, la alegría, el brillo, las caricias y suavidades que deseaba sentir después de nueve lunas. Porque, debo confesarlo hijo mío, las manos sirven para mucho más...